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AUTOESTIMA

Por Constanza Moreira |*| - La Republica - 5 de julio de 2010

Lunes 5 de julio de 2010, por Fernanda Mora

Los uruguayos acaban de recibir un baño de autoestima: no sólo entramos a octavos, sino en cuartos, y estamos a las puertas de jugar la semifinal luego de cuarenta años. Y eso tras dos sendos partidos que a muchos dejaron con la lengua afuera y el corazón acelerado. Así vamos de juego en juego, subiendo con la celeste en la escalera de los triunfos. Para muchos, una sensación inaudita (para los jóvenes que inundan las calles con sus banderas estos días), para otros, una suerte de ciclo del eterno retorno «volveremos volveremos, volveremos otra vez, volveremos a ser campeones como la primera vez», reza uno de los muchos cánticos que se vitorean aludiendo a la victoria de 1930.

Y en estos días, al menos hasta hoy, hubo una cierta euforia ­muy efímera por cierto- «mercosureña». Habían entrado entres los ocho mejores, Brasil, Argentina, Uruguay y Paraguay. Pero uno tras otro fueron abandonando la arena victoriosa y dejaron del Mercosur, y de toda América, sólo a Uruguay con los pies adentro. Para muchos, la pérdida de Brasil, Argentina o Paraguay pudo ser sentida como propia. Para otros, en cambio, envidias y competencias tribales mediante, el sentimiento de la patria grande no fue tan fuerte. Y entonces algunos festejaron que habían perdido los «favoritos» de siempre, argentinos o brasileños, o sintieron el orgullo, tan inocente como egoísta, de que sólo nosotros llegamos. Y el hecho de que sea el paisito el que entra ya era motivo de orgullo suficiente, como para que lo empañe el fracaso de los pares. Porque los latinoamericanos son nuestros pares, ¿no?

Más allá de eso, es cierto que esta sensación de «podemos» del Uruguay jugando en semifinal, se parece un poco a la frase estampada junto a la figura de Mujica en la propaganda de 2004: «vos sabés que se puede». Eso rezaba el slogan de la 609 hace seis años, y eso se siente ahora: se puede. Se puede y se llega.

Para muchos, Mujica y Tabarez pueden ser considerados parte de la misma liga. Para otros, es el período próspero que pasamos de la mano del gobierno del Frente Amplio, lo que ha permitido que pudiéramos tener un equipo «de primera». La propia forma en que el Semanario Brecha consigna estos fenómenos en las primeras páginas, habitualmente dedicadas a la política, muestra la importancia de esto entre filas de la izquierda. Y es la propia izquierda la que mira, con un gesto a un tiempo perplejo y amigo, la concurrencia multitudinaria de jóvenes que invadían el viernes desde el obelisco hasta la plaza Independencia, en una multitud tan abigarrada, que alguno la comparaba con los actos que alguna vez supo hacer la izquierda, y que llenaban cuadras y cuadras con el mismo fervor. Allí había auténtica alegría. Una alegría que es la contracara de ese dolor que pasa. De ese dolor, como consigna la canción de No Te Va a Gustar, que va a pasar porque «mañana va a ser un gran día». Un día en que podremos «mirarnos las caras entre todos». Entonces hay que «defender la alegría» decía el FA, entre primera y segunda vuelta. Porque ganar, era una alegría.

Esta alegría es la contracara del pesimismo uruguayo que tan bien describió Mario Benedetti, mezcla de miedo y cobardía, de resignación y de pereza, de indiferencia y apatía. Porque la resistencia al cambio es también, y sobre todo, la fatal combinación de la resistencia de las elites a perder sus privilegios y de la poca autoestima de los pueblos a hacer valer sus intereses y derechos. Esto es así desde que el mundo es mundo, y los uruguayos probablemente hayamos comenzado a ser pesimistas, el día en que lo que queríamos del mundo (nuestras expectativas) comenzaron a alejarse cada vez más de lo que el mundo ofrecía darnos. Y sí, quizá eso haya empezado a suceder en los años sesenta, cuando la crisis de estancamiento del Uruguay y la opción entonces tomada por empresarios y políticos, comenzó a barrer por tierra las expectativas de los trabajadores y de las clases medias. Fue allí cuando el Uruguay se transformó en país de migración.

Aún así, los años sesenta fueron de resistencia. Y sobre el inicio de los setenta, el Uruguay asistió a la gestación de ese invento político que alteraría todo el funcionamiento de uno de los sistemas de partidos más antiguo del mundo: el Frente Amplio. Solo recién después del golpe de Estado, y la virulencia de la escalada represiva, se hizo ya virtualmente imposible ofrecer alguna resistencia al avasallamiento impuesto «desde arriba». Y fue antes de todo eso, que el Uruguay consiguió llegar a esas semifinales ahora tan valoradas pero en esos años desmerecidas y catalogadas incluso de rotundo fracaso, como en México 70´.

El pesimismo uruguayo se extendió desde allí hasta acá, con algunos períodos de bonanza. En particular, los datos indican que los uruguayos, además, no nos hemos caracterizado nunca por ser optimistas. Hemos mantenido una perspectiva negativa del futuro durante años y años en forma sistemática y consistente. También, hemos sabido ser el país más pesimista de América Latina. Sin embargo, en los últimos años, tanto en la evaluación del presente con relación al pasado, como en la perspectiva del futuro mirado desde el presente, el balance de los uruguayos arroja un saldo positivo. No solamente pensamos que estamos mejor ahora que lo que estábamos hace cinco años, sino que pensamos que estaremos mejor en el futuro de lo que estamos ahora. Este fenómeno, relativamente reciente, obedece tanto a la percepción sobre la prosperidad del país en estos años (una prosperidad relativamente inédita en el último cuarto de siglo), como al propio cambio político. Las encuestas que relevan el optimismo en la opinión pública miden tanto la evaluación sobre la situación económica del país como sobre la situación política. En ambas dimensiones el Uruguay está mejor.

Probablemente entre el cambio en las percepciones sobre el país y el hecho de haber pasado de octavos de final a semifinal, y figurar entre los cuatro mejores, no exista ninguna correlación estadísticamente significativa, y los resultados del juego de once contra once en una cancha, poca relación tengan con el contexto del país que representa el equipo (y que difícilmente habiten sus jugadores repatriados o mejor dicho peregrinos). Pero la gente relaciona ambas cosas, y eso dice mucho sobre la cultura de los uruguayos, ya que la cultura de un país no está relacionada con lo que «pasa» (objetivamente) sino con lo que la gente «cree que pasa». Y ese fenómeno, que a Sanguinetti le insumió tanta energía entender, en su momento, a saber, la diferencia entre la «temperatura» y la «sensación térmica» (recuérdese que Sanguinetti hablaba sobre una asimetría entre los indicadores «objetivos» y la evaluación negativa que la gente hacía sobre su gobierno), se llama cultura. Es la mediación entre lo que pasa y como nos sentimos. En 1996, sólo un 40% de los uruguayos creía que el futuro político sería mejor. Diez años después, en 2007, el 63% de los uruguayos creía que el futuro político sería mejor. La cultura tiene que ver con lo que pasa (y probablemente, hoy estemos mejor políticamente que hace diez años en indicadores «objetivos», aunque llevaría a una larguísima polémica defender esta evaluación), pero sobre todo, con lo que la gente cree que está pasando. Y en cuánto nos guste o no de lo que pasa.

Muchos vinculan el relativo triunfo hasta ahora de Uruguay, con el cambio político reciente. Por suerte, el gobierno se ha abstenido de hacer esta vinculación; una tentación siempre presente para legitimar lo hecho. Pero lo cierto es que en todos lugares se respira, una cierta mejoría de la autoestima nacional.

Este cambio resulta más visible entre los jóvenes que en el resto, y por ello, en los festejos de la tarde (y noche) del viernes, muchos gritaban: «nosotros no vivimos el cincuenta». Es que para ellos el futuro llegó, hace rato. Y no quieren esperar más (o tanto) para sentirse bien, o para sentirse mejor, siendo lo que son: uruguayos.

|*| Senadora de la República, Espacio 609, FA

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