Días pasados, en una reunión de un grupo zonal del Nuevo Espacio, argumentando en favor del derecho al voto de nuestros compatriotas que residen en el exterior, un compañero manifestó: "¿Y qué van a hacer los integrantes del Partido Nacional que tienen ciudadanía española o italiana? ¿Van a estar en contra?
Y Aldo Lamorte, hoy aliado al Partido Nacional y que se presentó como candidato al parlamento italiano, ¿estará en contra de esta iniciativa? Los que votan desde aquí, en las elecciones españolas o italianas, ¿no van a promover que ese mismo derecho lo puedan ejercitar todos los ciudadanos uruguayos que residen en el exterior?"
Esas preguntas son muy importantes, porque los uruguayos con ciudadanía española o italiana deberían ser los principales difusores del acierto de esta reforma constitucional, que garantiza el derecho al voto de todos los ciudadanos uruguayos. Son ellos quienes reiteradamente ejercitan por vía epistolar sus derechos de electores fuera de fronteras en las elecciones de esos países.
España e Italia integran un grupo muy numeroso de países democráticos que, desde hace mucho tiempo, han consagrado ese derecho para todos sus ciudadanos, más allá de cual sea su país de residencia.
Y por supuesto que, por una cuestión de analogía y de elemental coherencia, los dirigentes políticos uruguayos de todos los partidos, que
forman parte de esas colectividades, que tienen doble ciudadanía y que participan de los procesos electorales de otros países, deberían ser los
impulsores de esta iniciativa y sus principales promotores, pues sería inaudito negarle a nuestros propios compatriotas aquellos derechos que
ellos mismos disfrutan.
En esta reforma constitucional y en este debate, acerca de la ciudadanía y del derecho al voto de los uruguayos en el exterior, no se puede andar con ambigüedades. O se está a favor o se está en contra. Pero en materia de un derecho tan importante, como el derecho de todos nuestros ciudadanos a decidir, es inaceptable jugar con incoherencias y contradicciones infantiles.
Resulta inadmisible e irracional, ejercer y practicar con naturalidad el derecho al voto que habilita la legislación de otros países, pero,
sin embargo, negárselo a nuestros compatriotas no residentes en los asuntos que conciernen al Uruguay.
Paradójicamente, el derecho al voto está consagrado para cualquier ciudadano uruguayo, pero los que están en el exterior sólo lo pueden
ejercer si viajan a nuestro país y se presentan en el circuito electoral que les corresponde el día de la elección. ¿Por qué debemos aceptar que
del conjunto de los uruguayos residentes en el exterior, algunos puedan votar, pero otros la gran mayoría no puedan hacerlo?
Aquellos que viven en los países más cercanos o que cuentan con tiempo y dinero para viajar son los que pueden ejercer su derecho en nuestroterritorio.
Los cuarenta mil uruguayos que se trasladan a nuestro país, elección tras elección, principalmente desde Buenos Aires, así lo comprueban. Son los uruguayos residentes en el exterior que pueden ejercer su derecho al voto, porque su actividad laboral, sus tiempos y disponibilidad económica así se lo permiten. Pero la inmensa mayoría, aquellos que no pueden faltar a sus trabajos, no disponen del dinero o viven en países muy lejanos, no puede ejercer su derecho.
Incluso existen uruguayos que trabajan para nuestro Estado en otros países, en organismos internacionales o delegaciones diplomáticas, que
no pueden votar.
También ocurre que ciudadanos legales, o sea extranjeros que con más de tres años de residencia en el país asumen la ciudadanía uruguaya, pueden participar en nuestras elecciones, con la sola condición de
estar en el Uruguay en cada acto eleccionario.
El voto de los uruguayos en el exterior ha sido descalificado de distintas maneras. Algunas, de forma inexplicable. Hay quienes reaccionan
negativamente pues desconfían y afirman que se trata de una forma de favorecer electoralmente a una opción, como si se pudiera establecer de antemano a qué partido van a votar eso compatriotas.
Otros dicen: «Los de afuera son de palo», utilizando la vieja frase futbolera, como si la condición de ciudadano uruguayo y nuestros derechos se extinguieran cuando traspasamos nuestras fronteras.
Sin embargo, en el mundo hay cada vez más países que consagran el derecho al voto de sus ciudadanos no residentes. No están dispuestos a desperdiciar la potencialidad, el aporte, la cooperación y las energías en favor de su país, que son capaces de desplegar sus ciudadanos que
residen en otros Estados. El artículo 80 de laConstitución de la República enumera los casos en los cuales se suspende la ciudadanía. Ninguno de ellos plantea ninguna suspensión de derechos por no estar residiendo en el territorio nacional. El artículo 80 también establece que la nacionalidad uruguaya no se pierde, ni aun cuando el ciudadano pudiera naturalizarse en otro país. En ambos casos, nada se pierde por estar radicado en otro Estado. Esa fue y es nuestra esencia. Somos uruguayos siempre y, salvo contadas excepciones,una vez que se alcanza la mayoría de edad, se mantienen todos los derechos ciudadanos de por vida.
Lamentablemente, nuestra legislación y algunas otras trabas hacen que algunos derechos legítimos no puedan ser ejercidos por la totalidad de
nuestros ciudadanos. El derecho al voto es uno de ellos. La convocatoria para el 25 de octubre, a votar la papeleta blanca del «Sí» al voto de los uruguayos en el exterior, pretende garantizar a todos los ciudadanos uruguayos ese derecho.
Nuestra reforma quiere reparar, hacia el futuro, el daño ocasionado a los derechos de cientos de miles de uruguayos.
En este plebiscito vamos a dirimir entre dos formas de ver el país y de concebirlo. Y la diferencia es abismal. Para algunos, los uruguayos somos los que vivimos en el entorno de unos cuantos kilómetros cuadrados y el país se termina en las fronteras.
Pero para nosotros, el Uruguay es su pueblo, es su gente, viviendo donde esté. El Uruguay es ese uruguayo que vive en La Teja o en Bella Unión, pero también es el que vive en la Matanza en Buenos Aires, en Madrid, Sídney, París o Nueva York.
Nuestro país es una comunidad, una nación que apenas araña los 4 millones de uruguayos. Somos muy poquitos, en un mundo de más de 6.000 millones de habitantes. Cada uruguaya, cada uruguayo es un pequeño tesoro que no podemos desperdiciar ni ignorar.
Nuestro país alberga en su territorio a unos 3.300.000 habitantes; el
resto, casi 600.000 compatriotas, vive en el exterior. Esa es la realidad del Uruguay, una comunidad separada por distintos flujos migratorios, por crisis económicas, por el autoritarismo o por la angustia laboral. A esa realidad, o le damos la espalda o trabajamos fuerte para acercar, para integrar, estrechar lazos, compromisos, cooperación, responsabilidades.
Que los uruguayos puedan ejercer el voto efectivamente viviendo en el exterior es el primer paso hacia concebirnos como una verdaderacomunidad y para que esos 600.000 uruguayos, nuestros hermanos, estén cada día más cerca e integrados a la vida de nuestra nación. El 25 de octubre es posible escribir una gran página en nuestra historia moderna, dándole fuerza constitucional al derecho al voto de todos los uruguayos en el exterior. Como siempre, en Uruguay, los cambios comienzan por tu voluntad y se confirman con tu voto.